Leyendas de Morelia
Tesoro de la Catedral de Morelia
Una de las leyendas más conocidas de Michoacán, narra que alguna vez hubo un túnel que cruzaba la ciudad desde donde surgían gritos. Se dice que son los lamentos de una banda de ladrones que hurtaron en la Catedral abundantes las riquezas.
En tres ocasiones los ladrones lograron robar sin que nadie se diese cuenta de los faltantes en el tesoro, a través del túnel.
Después de muchos robos, uno de los monjes vio a los tres hombres robando, emitió una alarma para perseguir y capturar a los ladrones a través del túnel; cuando un temblor provocó su derrumbe dejando a los religiosos atrapados.
La Pila de la Mulata
Los de Morelia seguramente saben de esta pila, en la calle Héroes de Nacozari y esquina con Cinco de Febrero; una fuente que pasa desapercibida pero guarda su propia historia desde 1873 que fue inaugurada para abastecer de agua al barrio de San José.
La leyenda dice que allí donde está la pila, una mulata fue asesinada mientras bebía un poco agua, quien la asesinó fue otra joven quien sentía celos de su belleza. Si bien tiene muchas versiones esta historia y muy específicas, solo puedes conocerlas al pasear por las calles de Morelia.
Leyenda de la Mano Negra
El padre Marocho fue un sacerdote y pintor que visitó el Convento de San Agustín. En la noche, mientras leía en su cuarto, comenzó a escuchar un ruido muy extraño cerca de él y giró su cabeza para saber de qué se trataba. Lo que vio fue un par de manos negras, cuyos brazos se perdían en la penumbra, las cuales apagaron su veladora.
Se dice en lugar de alterarse, el sacerdote dijo en voz alta: «ahora para evitar travesuras peores, con una mano me tiene usted en alto la vela para seguir leyendo y con la otra me hace sombra a guisa de velador, a fin de que no me lastime la luz»? Las manos obedecieron y por la noche sostuvieron la vela e hicieron sombra.
Al amanecer, el padre dijo: «apague usted la vela y retírese. Si necesito de nuevo sus servicios, yo le llamaré». Igual que la primera vez, las manos acataron la orden y desaparecieron. Se dice que con el paso de los días el sacerdote siguió en contacto con este misterioso ser: durante la noche las manos le ayudaban a leer y en la tarde lo asistían pasándole pinceles para que Marocho pudiera realizar sus hermosos cuadros.